Friday, May 20, 2011

---El Molino

Cuan Quijote de la Mancha, cuando observo algún molino me siento protagonista de una historia.
El molino fue mi primer barrio, era pintoresco y tan sencillo como la pequeña ciudad de La Consulta.
Cuando se maneja de la ruta 40 desde la capital mendocina hacia el sur, se toma la primera entrada de este pueblo, luego de un par de kilómetros después de Tunuyan. El cartel indicativo que dice bienvenidos a La Consulta, es para que no pases de largo.
El molino es el primer barrio que encontrás como a 2 kilómetros desde la entrada, a la mano izquierda. Antes vas a pasar un par de bodegas y algunos caminos sombríos de arboledas.
Cuando vivía allí, El Molino no había sufrido ningún tipo de avance o transformación por mas de 14 anios. Todos lo amábamos tal cual. Había un potrero; un canal en frente de casa que tenia un borde de plantas silvestres y yuyos altos, una hermandad vecinal que se asemejaba mas a una gran familia. En el día de la madre, el día del nino o el día de reyes, todos nos juntábamos en la calle para festejar. Mi casita blanca estaba justo en la esquina, con un jardín bello, con rosas y flores plantadas por papa para mama. Mis padres habían vivido allí desde antes que yo naciera. Como es en todos los pueblos, la gente se conoce por nombre, apellido y apodos...en la vereda de la casa, justo donde estaba el cartel azul y blanco con el nombre de las calles, los hombres se juntaban a disputar sobre los equipos de fútbol, y las mejores jugadas.
Las mujeres salían con los ruleros puestos a pedirse tacitas de azúcar, arroz....con la escusa para chismorrear un rato.

Recuerdo bien el día que el barrio recibió el primer televisor a color. Lo había comprado papa, con banquetas nuevas especialmente para ver el mundial del '86. Argentina, tiene la fama mundial de ser fanáticos enfermizos del fútbol, pero una cosa es imaginarlo y otra es vivirlo. La pasión con que mi gente vive los partidos es impresionante. A mi lo único que me importaba era que el partido terminara rápido para que papa y sus amigotes dejaran de gritar los goles, y también para que después si llegábamos a ganar, saliéramos con las caravanas a tocar bocinas en los autos con cánticos por la ciudad.
Mama se encargaba de hacerse una picada, los chorizos y salamines que colgaban bajo el galpón, mas el jamón casero, eran liberados del tiempo de estacionamiento en estas ocasiones ideales. Los mates, los bizcochitos y las tortitas con chicharrones me siguen confundiendo como es que allí se mantenían la figura con esa dieta tan desequilibrada.

Los ninos jugábamos en la calle sin peligro. A mi en especial me encantaba esperar el senor que venia en su viejo citroen con el megáfono tirando papelitos para anunciar la llegada de los circos, y alguna promoción del viejo cine. Salia corriendo yo con mis dos chulengos, (colitas); como los de la chilindrina pero sin pecas! jejeje
Durante el tiempo de cosecha mi mama me dejaba ir con la tía Lola a cosechar uvas a la vinia, de al lado del barrio. Ahí todas eran tías, que siempre adoptamos por ordenes de nuestros padres como titulo de respeto y admiración, todos los sobrinos postizos terminábamos mareados a la hora de explicar esa genealogía.
La patria potestad de los papis también les daba el derecho de obligarnos a tomar la cazuela de gallina, que a mi me encantaba, siempre y cuando no fuera chanfaina o chafaina, una sopa con la sangre del cerdo que me hacia revolver el estomago.
Siendo yo una nina raquítica, enfermiza de la garganta, no me alentaba mucho comer. Prácticamente me nutrían las vitaminas y los jarabes que mama me daba. Justamente por las infecciones de garganta, es que mama contaba con la complicidad de las hermanitas Morales, dos jóvenes del Molino que iban a ver la novela Topacio a casa. Ellas me correteaban cuando a la hora de las muchas inyecciones, se veían mis flacas gambas hábilmente salir corriendo por las veredas. Me escapaba dándole a mama el dolor de cabeza de tener que esperarme con la jeringa en mano. Hasta el cable de una plancha trato de detenerme cuando al enredarme la tire al piso, pero salí triunfante hasta la siguiente cuadra en que estas muchachas me atraparon.
La ventana del comedor de la casa daba justo para  la calle y el canal. Allí pase algunas temporadas de encierro para no enfermarme. De seguro mi pequeña figura quedo perpetua por varios meses observando a través de esta, ya que mi amigdalitis me impedía disfrutar de lo que otros ninos.
Una cirugía en la ciudad cercana, Tunuyan, me devolvió la libertad.

El Molino también fue testigo de cuando aprendí a andar en bicicleta. Las cicatrices son mi souvenir de esa genial hazana.
Había un sauce, en ese sauce muchos chicos se juntaban a jugar a ser grandes. Se agarraban a los besos a vista del barrio, y papa por supuesto como buen vigilante jamas me dejo ser participe de eso. Aunque jamas se entero que yo tuve mi primer beso inocente entre los lavarropas con Pepito, el nino que nunca limpiaba su nariz....
Igualmente a mi me dejaban hacerme la grande solo para ir a comprar el pan, me daban un austral para que trajera el vuelto.
-Te vas a acordar o mejor te lo anoto? una flautita crocante y medio kilo de bollitos miñon- me decía mi mami. Yo feliz con esa responsabilidad y el bolso mas grande que yo, caminaba hacia la panadería del barrio, que siempre olía a pan recién horneado.
Le temía a Pirata, un perrito overo de color chocolatado que era juguetón y no le importaba rasguñarme los dos palillos que tenia como piernas. Dona Angélica era su duena, una amiga de mama que siempre se venia en las manana a charlar, cuando no era para buscar su bella nietecita que venia a casa para pedir un pedacito de pan. La nina de rizos dorados se le escapaba para venir a casa donde mi mama la malcriaba por adorar sus lindos aritos de oro que le daba el aspecto aun mas dulce!
En frente en el potrero; cuando los hombres salían de las bodegas donde trabajaban y mi papa se tomaba un tiempito libre del taller, iban a jugar a la pelota.  Muchas veces que los vi escuche que mi papa era picante, y la verdad es que tengo muchas hipótesis del porque del comentario! :)

La inocencia del Molino, se extendía en cada hogar.
Mas que una vecindad era una hermandad entre amigos.
Con el tiempo cambio, recibimos muchos nuevos vecinos, inquilinos, la mayoría eran militares de Campo Los Andes, y de la banda militar Chepoya. El potrero lo hicieron placita, los ninos crecimos y con mi familia nos mudamos a otro lugar.
Cuando pienso en El molino, me maravillo de mi infancia.
Mandándome estas corrientes de aires extrañas.
Sus turbinas eólicas eran la simpleza de su gente y la belleza natural de sus calles....

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